MUERTE DE ANTONIO MACEO por Germán J. Miret

MUERTE DE ANTONIO MACEO por Germán J. Miret



Durante la Guerra de Independencia, comenzada el 24 de febrero de 1895 con el Grito de Baire, mientras que en Camagüey y Oriente se combatía, el occidente de la isla estaba relativamente tranquilo, aunque ya había algunos patriotas alzados en esa región. Era necesario elevar la guerra a otro nivel superior en las provincias occidentales para obligar a España a pelear en toda Cuba y así diluir y debilitar las fuerzas concentradas en los lugares de guerra en la zona oriental. Los planes seguían ese objetivo y con ese fin se preparó lo que se llamó la “invasión a occidente”.

El 22 de octubre salió una columna de mambises al mando del General Antonio Maceo desde Mangos de Baraguá mientras que el Generalísimo Máximo Gómez, que había salido antes con sus hombres, lo esperaba en Camagüey para juntos planear la estrategia del resto de la invasión. A su paso, los mambises quemaban los campos sembrados de caña de azúcar y destruían los ingenios para evitar que pagaran los impuestos con que España sostenía la guerra.

La invasión fue una hazaña como pocas en las guerras llevadas a cabo en toda América en la lucha por liberarse del poder español. El general José Miró Argenter, en su libro Crónicas de la Guerra, calcula que entre las tropas de Gómez y Maceo no pasaban de unos 4,500 hombres, mientras que España dedicó 25,000 soldados a perseguirlos. Además, tengamos en cuenta que los mambises no eran soldados profesionales y estaban mal armados y mal vestidos y sin embargo atravesaron el país, de oriente a occidente en 3 meses exactos ya que Maceo llegó al extremo más occidental de la isla, el poblado de Mantua, el 22 de enero de 1896.

Unidas sus fuerzas, las de Maceo y Máximo Gómez, sostuvieron muchos combates, algunos de ellos de gran importancia como el de Mal Tiempo el 15 de diciembre de 1895, combate que fue decisivo en el avance hacia Pinar del Río. En este combate los mambises no solo infligieron numerosas bajas a los españoles, sino que se hicieron de armas, municiones, caballos y medicinas. Poco después entraron en la provincia de Matanzas donde sostuvieron entre otros, los combates de Coliseo y Calimete.

Ya para el 1 de enero de 1896 los mambises estaban en la provincia de La Habana. Gómez y Maceo deciden entonces una hacer separación estratégica, Maceo continuaría su avance hacia Pinar del Río y Gómez permanecería en La Habana unos días para cubrir el avance de Maceo hacia occidente y él regresaría hacia el oriente consolidando la lucha en Matanzas y Las Villas en su camino.

El 7 de enero Maceo entra en la provincia de Pinar del Río; en unos pueblos encuentra resistencia y sostiene combates, en otros, los defensores se rinden sin presentar combate, inclusive algunos se unen a sus fuerzas. Finalmente, el General Antonio entró triunfalmente con sus fuerzas en Mantua el 22 de enero de 1896.

Cumplida la gran hazaña, regresa a la provincia de La Habana el 12 de febrero donde tiene varios encuentros con tropas españolas; continúa hacia Matanzas donde se encuentra de nuevo con Máximo Gómez. El Generalísimo era acompañado por una tropa de orientales entre los que se encontraba Quintín Bandera que en ese tiempo era General de Brigada.

Este sería el último encuentro entre los dos grandes de la guerra, y el General Maceo no regresaría más a su querida Oriente. Después del encuentro con Máximo Gómez y Quintín Bandera, regresa a La Habana donde ataca el poblado de Batabanó y el 15 de marzo cruza la trocha de Mariel a Majana en su regreso a la provincia pinareña.

En el mes de julio se encuentra en su campamento de El Roble en la zona de Mantua. El 25 de agosto de 1896 sale en busca de la expedición del General de Brigada Juan Rius Rivera, que desembarcará casi dos semanas después, el 8 de septiembre. Sin embargo, no se llegan a encontrar hasta el día 23.

Siempre combatiendo en esa zona, nos encontramos que en la madrugada del 4 de diciembre de 1896 burla la trocha de Mariel a Majana por cuarta vez, esta vez cruzándola en un bote por la bahía de Mariel. Ya en territorio habanero, se dirigió al campamento de San Pedro, cerca de Punta Brava, con la idea de organizar un ataque a Marianao con las tropas mambisas de la provincia de La Habana. Esa era una idea fija en su mente desde que se había acercado a la capital la primera vez.

Maceo llegó a San Pedro el 6 de diciembre de 1896, allí lo esperaban los regimientos de Santiago de las Vegas, el Goicuría, el Calixto García y el regimiento llamado Tiradores de Maceo, cada uno con sus jefes respectivos; eran unos 450 hombres en total al mando del coronel Sánchez Figueras, que era el jefe de la Brigada Sur.

En el camino a San Pedro lo acompañaban entre 40 y 60 hombres, pero iban tan confiados que una columna española al mando del comandante Cirujeda, siguiéndolos, pudo localizar su campamento. Allí los atacaron los guerrilleros de Peral el 7 de diciembre cerca de las tres de la tarde.

Unos 6 meses antes, el 15 de junio de 1896, el Dr. Máximo Zertucha había sido designado médico personal del General Antonio Maceo con quien llegó a tener una gran amistad. En carta que envía al mayor general Máximo Gómez, el 12 de septiembre de 1899, casi tres años de la muerte del Titán de Bronce, el Dr. Zertucha narra lo siguiente sobre el día aciago de la muerte del General: "... Ensilló él mismo su caballo, tarea que nunca confió a nadie, y ordenó que buscasen a un corneta que llamara a las fuerzas cubanas a concentrarse para el contraataque. Pero el corneta no apareció".

Los soldados mambises pasaron rápidamente a la contraofensiva causándole numerosas bajas a la tropa española, que buscó refugio atrincherándose tras una cerca de piedra. La situación se hizo difícil para los mambises, pero Maceo no estaba dispuesto a una retirada.

Viendo que una cerca de alambre les impedía rodear la cerca de piedras, da la orden de cortarla. Mientras, el fuego español no cesaba. Con su machete en alto le dice al Brigadier José Miró Argenter, que estaba cerca: "Esto va bien"... Esas fueron sus últimas palabras.

En la carta a Máximo Gómez, el Dr. Zertucha continúa su relato: Apenas hubo acabado de decir el General Maceo las anteriores palabras, cayó por el lado izquierdo de su caballo como herido de un rayo, lanzando su machete hacia adelante a considerable distancia.

Tras él caí yo, lo encontré sin conocimiento, un arroyo de sangre salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula inferior. Introduje un dedo en su boca y encontré que estaba fracturada la mandíbula. A los dos minutos a lo más tarde de ser herido, murió en mis brazos”.

El Dr. Zertucha declaró que el proyectil había penetrado por el lado derecho de la cara, rompiendo la carótida y saliendo por la parte izquierda del cuello, y que tras desplomarse del caballo es alcanzado en el tórax por otro impacto de bala. El caballo también muere en esa batalla.

Miró Argenter, el coronel médico Zertucha, el general Sánchez Figueras y el Brigadier Pedro Díaz (que estaba con ellos) quedan destrozados moralmente por la pérdida de su querido jefe y sin poder hacer nada abandonan el lugar, heridos algunos de ellos. El cuerpo sin vida del Mayor General Antonio Maceo, queda solo en aquellos matorrales a merced del enemigo.

Panchito Gómez Toro, ayudante personal de Maceo, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, al enterarse en el campamento de lo sucedido, sale en busca del cuerpo de su jefe; iba con un brazo en cabestrillo pues había sufrido una herida. Llegado junto al cadáver es herido por el fuego de los soldados españoles. Debilitado por la sangre que perdía, trata de suicidarse para que no lo capturen vivo, pero –según cuenta un historiador- antes, quiere escribir una nota a sus padres y hermanos para explicarles su decisión. No pudo concluir el mensaje, uno de los guerrilleros lo remató con un machetazo en la cabeza.

El coronel Dionisio Arencibia, quien participó en el combate de San Pedro cuenta que cuando iban en retirada, el coronel Juan Delgado le dijo al coronel Ricardo Sartorius: “Usted es el coronel más antiguo, por tanto, es el jefe superior aquí. Disponga lo que debe hacerse”. A lo que Sartorius le respondió: “coronel Juan Delgado, si los generales que acompañaban al Lugarteniente no están presentes, la responsabilidad será de ellos y no nuestra”.

Juan Delgado se llenó de ira y le respondió: “No, yo no permito la deshonra del Ejército Libertador; no podemos permitir que las fuerzas de La Habana sean culpables de la mayor de las deshonras que pueda sufrir un ejército valiente como el nuestro. Si el cuerpo del general Maceo cae en poder del enemigo, mereceremos el anatema de cobardes por nuestros compañeros, de todos los cubanos y aún de nuestros propios enemigos.

Antes que permitir tan enorme catástrofe, superior a la muerte misma, prefiero caer en poder de los españoles. Antes me presento a ellos que consentirlo y sobre todo que el General en jefe sepa que estando yo en este combate, el General Maceo y su hijo fueron capturados por el enemigo...”

Y levantando en alto su machete terminó con estas palabras: “El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga vergüenza, que me siga”. Y sin mirar si le seguían o no, partió hacia el lugar donde todavía se escuchaban disparos.

Dieciocho hombres se le unieron y cabalgaron machete en alto al rescate de su querido y admirado General Antonio. Entre ellos iba el mismo coronel Sartorius. Llegaron al potrero y vieron a un grupo de soldados españoles despojando a los cadáveres de sus pertenencias…, saqueándolos. El teniente coronel José Miguel Hernández fue el primero en descubrirlos; los atacaron y los hicieron huir hacia la cerca de piedra a parapetarse detrás de ella. Los mambises mantuvieron el fuego sobre la guerrilla para permitir el rescate.

Así el grupo de valientes, encabezados por Juan Delgado, pudo rescatar los cuerpos del Lugarteniente General y de su ayudante Panchito Gómez Toro. Los españoles, en ese momento todavía no sabían que se trataba de Maceo. Anocheciendo, la tropa de patriotas llevó los cadáveres a la finca Lombillo donde los estuvieron velando hasta media noche.

Pasadas las doce, emprendieron de nuevo la marcha, esta vez hacia una finca llamada Dificultad en la zona de Cacahual, donde vivía la tía materna del coronel Juan Delgado llamada Candelaria y su esposo Pedro Pérez. Allí los esperaban Miró Argenter, Pedro Díaz y Sánchez Figueras que habían sido avisados por el coronel Juan Delgado.

Sin embargo, Juan Delgado pidió a todos los presentes, incluyéndose él mismo no presenciar el entierro, ni conocer el lugar del mismo. Pedro Pérez y sus tres hijos se encargarían de enterrarlos, jurando morir antes que revelar el lugar. Escogieron un lugar escondido y solitario donde los restos descansaron por casi tres años, hasta septiembre de 1899, terminada la guerra, cuando fueron exhumados en presencia del Generalísimo Máximo Gómez.

En ese mismo lugar, el Cacahual, se levantó un mausoleo en memoria del combatiente más glorioso de nuestras guerras de independencia. Y en una lápida se lee la frase de Juan Delgado: El que sea cubano y tenga valor, que me siga…

Máximo Gómez escribió una carta de condolencia a María Cabrales esposa de Maceo en la que le decía: “Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted al dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos y pierde en fin el ejército libertador a la figura más excelsa de la Revolución”. Y en la carta hay un párrafo escrito pensando en su hijo Panchito: “Usted que puede -sin sonrojarse ni sonrojar a nadie-, entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore, María, por ambos, por usted y por mí".

Antonio Maceo fue el patriota cubano que participó en mayor número de batallas. Los historiadores calculan que más de 600 y también el que más heridas recibió, 27 en total.


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