Rosa Castellanos, La Bayamesa por Teresa Fernández Soneira
La Guerra de Independencia había comenzado, y el «grito» no había sido dado solamente en Baire, sino también en Jiguaní, Ibarra, Guantánamo, Bayate, y Santiago de Cuba… era el “Grito de Cuba” como ha apuntado el historiador Dr. Jorge Castellanos. Fue el grito de Martí, de Maceo, de Gómez, de Juan Gualberto, y también el de nuestras mujeres mambisas: de Juana de Varona, Isabel Rubio, Magdalena Peñarredonda, Rosario Bolaños y muchas más. Hoy vamos a repasar la vida y labor de Rosa Castellanos y Castellanos.
Rosa Castellanos nació en un barracón del poblado de El Dátil en Bayamo, en 1830. Sus padres, Matías y Francisca Antonia, habían sido esclavos traídos de África. Rosa también lo había sido, aunque había logrado su libertad. Al estallar la Guerra del 68, la patriota se incorpora a la lucha independentista y se interna en la Sierra de Guisa próxima a la Sierra Maestra, donde funda varios hospitales de sangre en los cuales trabaja como enfermera. Por su entrega y patriotismo, y porque además empuña el machete y el fusil con gran destreza, aquella mujer valiente pronto se gana el título de La Bayamesa. El periodista norteamericano Grover Flint, corresponsal norteamericano de la guerra de Cuba para el New York Journal, la conoció y escribió:
[Rosa] salvó muchas vidas como enfermera y comadrona; mantuvo a sus expensas y bajo su única responsabilidad un hospital de sangre […]. Conocida es en toda la comarca por sus habilidades. Es una negra independiente, imperiosa, que confía absolutamente en sus métodos.
Rosa confeccionaba los medicamentos para curar a los pacientes. En su andar por los montes adquirió amplios conocimientos de las propiedades de la flora cubana que podían utilizarse en la fabricación de remedios. Los ungüentos, las hojas, los tallos y las flores los utilizaba para hacer cocimientos eficaces. También desarrolló habilidades para detener el sangramiento y curar la gangrena; elaboró antídotos que hacían el mismo efecto que la quinina contra la fiebre; detuvo las hemorragias con la corteza de un árbol, y logró productos antisépticos y somníferos con medios naturales. Tanta fue su labor y su consagración a la profesión que decían que era una “hermana de la Caridad, sin rezos o escapularios”.
Se sabe que el Mayor General Máximo Gómez la visitó en su rústico hospital en 1873 y que elogió su labor diciéndole:
“Yo he venido con mis ayudantes expresamente para conocerte. De nombre ya no hay quien no te conozca por tus nobles acciones y los grandes servicios que prestas a la patria”. A lo que Rosa respondió con su habitual modestia: “No general, yo hago bien poca cosa por la patria. ¿Cómo no voy a cuidar de mis hermanos que pelean?, ¡pobrecitos! Ahí vienen luego que da grima verlos, con cada herida y con cada llaga, ¡y con más hambre General!; yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie porque lo que se defiende se defiende y yo aquí no tengo a ningún majá [vago]; ¡el que se cura se va a su batalla y andandito!”
Esta escena se repetiría durante la Guerra del 95, cuando Gómez acampa en Jobo Dulce, Baracoa, y se entera de que Rosa se halla cerca y la manda a buscar. El 8 de junio de 1896 la mambisa es recibida por el general. Luego de estrecharla en fraternal abrazo le otorgó los grados de capitana del Ejército Libertador de Cuba y le pidió que, igual que había hecho en el 68, se encargara de organizar y dirigir un hospital de sangre para que cuidara de sus hombres.
Al terminar la guerra, ya entrada en años, Rosa Castellanos regresó a Camagüey, a su casa de San Isidro no. 22. Allí pasó calamidades y pobreza, y enfermó de una afección cardíaca. El 4 de septiembre de 1907 el ayuntamiento le concedió una ayuda de 25 pesos mensuales, pero fallece el 25 de septiembre de 1907, a los veintiún días de esta asignación. Cuentan que las honras fúnebres fueron imponentes y que el pueblo entero espontáneamente acudió al velatorio y luego al entierro. Entre los pocos monumentos erigidos a mujeres patriotas en Cuba se encuentra el de Rosa a la que en el 2002 se honró con una escultura ecuestre obra del santiaguero Alberto Lescay Terencio.
La valentía de Rosa Castellanos y Castellanos quedó probada innumerables veces. Por eso sus compatriotas de aquella región cubana le demostraron siempre cariño y respeto. Nada más elocuente que la descripción que hace de ella la escritora y gran poetisa Emilia Bernal, al verla en un desfile patriótico al finalizar la guerra:
“Aparecía entre los suyos vestida de mujer, pero ostentando gallardamente la insignia de Capitán del Ejército Libertador. Llevaba la bandera del regimiento. Aquella negra, vieja ya, era un veterano de nuestras dos revoluciones […]. Su figura pequeña y anciana, pero viril y erecta, semioculta entre los pliegues de la bandera, le daba un aspecto entre modesto y magnífico. Ante la visión todos quedamos, primero suspensos, para reaccionar luego en delirantes ¡Vivas!”
No podemos olvidar el sacrificio de nuestras mujeres mambisas. Por eso hoy hemos honrado a Rosa Castellanos y con ella a todas las que lucharon por la libertad de Cuba.
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