La Invasión de Gómez y Maceo (1895–1896)

 

La Invasión de Gómez y Maceo (1895–1896)

La Invasión de Gómez y Maceo es una de las campañas militares más audaces y extraordinarias en la historia de América Latina. Entre octubre de 1895 y enero de 1896, un ejército mambí mal armado, disperso y carente de recursos atravesó Cuba de un extremo a otro, derrotando columna tras columna de las fuerzas españolas. La magnitud de la empresa —más de 1,700 kilómetros recorridos y más de 25 combates victoriosos— convirtió esta operación en un hito estratégico que transformó la guerra de un conflicto regional en una lucha verdaderamente nacional.

La campaña inició en Baraguá, en el oriente cubano, bajo el mando conjunto de Máximo Gómez y Antonio Maceo. Ambos jefes representaban la síntesis del genio militar mambí: Gómez aportaba la visión estratégica, la disciplina y el sistema organizativo, mientras que Maceo encarnaba el ímpetu guerrero, la energía combativa y la capacidad de inspirar a la tropa. La complementariedad entre ambos fue decisiva. Desde el primer momento, planificaron una marcha ofensiva que evitara la confrontación prolongada y desgastante, priorizando golpes rápidos, movilidad y la destrucción de recursos coloniales.

La geografía de la isla representaba un desafío enorme para cualquier ejército, pero los mambises la transformaron en su mayor ventaja. Aprovecharon montes, ciénagas, sabanas y caminos interiores para avanzar sin ser detectados, mientras las columnas españolas, más pesadas y lentas, solo podían reaccionar tarde y de manera descoordinada. Cada provincia atravesada simbolizaba un triunfo político: el levantamiento dejaba de ser "oriental" para convertirse en una revolución cubana completa. A medida que las tropas avanzaban, nuevos grupos de insurrectos se unían a la campaña, ampliando su alcance y moral.

Los combates librados durante la Invasión fueron breves y decisivos. En Santa Clara, Matanzas y La Habana, las fuerzas españolas intentaron frenar el avance mambí mediante líneas fortificadas y concentraciones masivas de tropas. Sin embargo, Gómez y Maceo supieron evitar enfrentamientos desventajosos y escogieron cuándo y dónde pelear. Atacaban por sorpresa, se retiraban antes de ser cercados y reaparecían a kilómetros de distancia. Esta elasticidad táctica desconcertó completamente al mando español, que no pudo comprender ni anticipar el ritmo vertiginoso de la campaña.

La culminación de la Invasión ocurrió en Mantua, Pinar del Río, el 22 de enero de 1896, cuando Antonio Maceo hizo ondear la bandera independentista en el extremo occidental de Cuba. Con este gesto simbólico, la guerra quedaba definitivamente nacionalizada. España entendió entonces que su dominio estaba gravemente comprometido: ya no podía encerrar la insurrección en regiones aisladas ni impedir su expansión. Para los mambises, la hazaña significó la consolidación moral y estratégica del Ejército Libertador, que había demostrado su capacidad para operar como una fuerza unificada, disciplinada y ofensiva.

La Invasión no solo cambió el curso de la guerra, sino que dejó una lección militar perdurable: un ejército pobre en recursos, pero rico en voluntad, movilidad y liderazgo, puede imponerse a una potencia colonial superior si domina su propio terreno y protege su iniciativa. Por ello, la campaña de Gómez y Maceo se estudia hoy como una de las operaciones más brillantes del siglo XIX. Su legado permanece como testimonio del ingenio y la determinación del pueblo cubano en su camino hacia la libertad.

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