La Gratitud como Pilar de la Libertad: Una Propuesta para Cuba por Alberto Sanchez de Bustamante
La Gratitud como Pilar de la Libertad: Una Propuesta para Cuba
En momentos de transformación histórica, las naciones tienen la oportunidad de reflexionar sobre su pasado y mirar hacia un futuro prometedor. Imagina un Cuba libre del yugo del comunismo, donde un gobierno democrático emerge para representar verdaderamente al pueblo. En ese escenario, sería inspirador que se declarara un día nacional dedicado a la acción de gracias por la libertad recuperada. Esta idea no es nueva; se inspira en tradiciones que han fortalecido a otras sociedades en sus inicios independientes. Al igual que en la fundación de Estados Unidos, un acto simbólico como este podría unir a los cubanos en un espíritu de humildad y esperanza, reconociendo las bendiciones de la providencia divina y el esfuerzo humano.
Retrocedamos al siglo XVIII para entender el origen de esta tradición. El 3 de octubre de 1789, George Washington, como primer presidente de los Estados Unidos, emitió una proclamación histórica instando al pueblo a dedicar un día a agradecer a Dios por las misericordias recibidas. Tras la Guerra de Independencia, Washington enfatizó la importancia de reconocer la paz, la unión y la prosperidad que habían seguido a tiempos turbulentos. Su mensaje no solo era religioso, sino también cívico: pedía perdón por los errores nacionales, promovía leyes justas y fomentaba la virtud y el conocimiento. Esta proclamación sentó las bases para el Día de Acción de Gracias, una festividad que hoy celebra la resiliencia y la gratitud colectiva en América.
Aplicando esta lección a Cuba, tras décadas de opresión, un gobierno de transición o elegido democráticamente podría proclamar un "Día de Gratitud por la Libertad". No se trataría de copiar tradiciones ajenas, sino de adaptarlas al contexto cubano: honrar a los disidentes, exiliados y héroes anónimos que lucharon por la democracia. Este día serviría para orar por la reconciliación nacional, suplicar sabiduría en la reconstrucción y agradecer por la oportunidad de forjar un sistema basado en derechos humanos, libertad económica y expresión libre. Sería un momento para que familias se reúnan, compartan historias de resiliencia y renueven su compromiso con un Cuba próspero.
Los beneficios de tal iniciativa van más allá de lo simbólico. En un país marcado por divisiones, un día de acción de gracias fomentaría la unidad, recordando que la libertad no es un regalo casual, sino el resultado de sacrificios y guía superior. Promovería valores como la humildad, la justicia y el avance científico, similares a los que Washington invocó. En el mundo actual, donde las transiciones políticas a menudo generan caos, este acto podría inspirar estabilidad, atrayendo inversión internacional y fortaleciendo la identidad nacional. Además, integraría elementos culturales cubanos, como música y tradiciones locales, convirtiéndolo en una celebración única y vibrante.
Finalmente, soñemos con un Cuba renacido, donde el 22 de noviembre –o cualquier fecha significativa– se convierta en un faro de esperanza. Como editor y observador de la historia, creo que esta proclamación no solo honraría el legado de líderes como Washington, sino que empoderaría al pueblo cubano para construir un futuro luminoso. Invito a todos a reflexionar: en la gratitud reside la verdadera libertad. Que este sea el comienzo de una era donde Cuba, unida y bendecida, brille con el esplendor que merece.


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