Rosario Bolaños Fundora, La conspiradora Violeta por Teresa Fernández Soneira
Daguerrotipo de Rosario Bolaños Fundora. Todos los derechos reservados. © Cortesía de Julio A. Mestre y de la Cuban Heritage Collection, University of Miami Libraries, Coral Gables, Florida. Prohibida la reproducción.
La noche del 23 de febrero de 1895 una señora trigueña de ojos y cabellos muy negros llegó a la casa, entregó unas cartas, saludó y se fue sin decir más. Era Emilia de Córdoba, patriota habanera, la “sacerdotisa de la caridad pública” como la llamó la historiadora Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta, quien realizaba constantes visitas a la cárcel para acompañar a los mambises condenados a muerte. Una de las cartas que había traído Emilia era para Charito, como llamaban cariñosamente a Rosario, y decía que en el tren de la tarde había salido Gerardo de La Habana, y que se dirigía al ingenio La Ignacia cerca de Ibarra, en Matanzas. Añadía también que Gerardo iba con Juan Gualberto Gómez, Antonio López Coloma y un grupo de patriotas. Era este un mensaje en clave que avisaba que en Ibarra se reunirían los comprometidos patriotas para iniciar la Guerra de Independencia. Charito, su hermana Isabel, y su madre salieron precipitadamente para la finca familiar a preparar el equipamiento de sus hermanos, Juan y José María, quienes iban a incorporarse a las fuerzas insurrectas.
Jacinto Hernández, el jefe de la 2da División, escribe en los días de la guerra a la compañera “Violeta”, que era el nombre de guerra de Charito, y le confirma haber recibido 43 pares de zapatos. En otra oportunidad hace llegar al Regimiento de Caballería de Mayía Rodríguez dos mil píldoras de quinina, una libra de sal de higueras y tres mil píldoras para la Brigada Sur de la 1ra División. Hasta trapos viejos para los heridos aparecen en las listas, y es frecuente encontrar también algunas arrobas de chocolate. Este era el regalo particular de Isabel quien, cuando llegaba la mesada que le enviaba su esposo, separaba unos pesos para el café de sus hijos y el resto lo convertía en chocolate para los soldados.
Rosario también fundó el club revolucionario Juan Alberto González (soldado mambí que había muerto en la guerra), integrado por muchachas habaneras dirigido por Charito como presidenta, y cuya ubicación nunca descubrió el enemigo ni aún en tiempos de Valeriano Weyler. Todos los que operaban en La Habana y Matanzas recordaban en sus crónicas la labor desempeñada por “Violeta” (Charito) y “Azucena” (Isabel). En cuanto a María Luisa, la otra hermana Bolaños, aunque muy joven con 16 años, llevaba el sobrenombre de “Hilda” y también trabajaba para los libertadores. Las hermanas entregaban puntualmente recibos fechados y firmados por los jefes mambises de los artículos que ellas recolectaban y les entregaban. Sabían también los soldados que cada día las hermanas salían con los envíos en el ferry del muelle de Luz en La Habana Vieja, y que al llegar a Regla los distribuían entre los maquinistas que en los empalmes y lugares convenidos se los daban a los insurrectos.
La explosión del Maine sorprende a Charito con su amiga María Luisa Mendive en Regla en el momento de subir al ferry. Venían para La Habana luego de recibir un reparto de latas de leche de la Cruz Roja Americana para auxiliar a los reconcentrados. Y es durante la terrible reconcentración de Vareliano Weyler cuando fallece Isabel Fundora, la madre de los Bolaños. Del campo de Cuba Libre les llegaron a las hermanas palabras de consuelo en cariñosas esquelas de muchos soldados y del Mayor General Pedro Betancourt, médico, militar y político matancero.
Charito Bolaños siempre llevó sobre el pecho un obsequio de los mambises: una medalla de un peso plata bañada en oro con el escudo de la República y esta inscripción: ‘A Violeta, los jefes y oficiales, 2da Brigada, 2da División, 5to Cuerpo’. Cuando vino la paz Charito, además de la medalla lució por fin el traje blanco de novia. Se casaba con su novio, Gerardo Núñez de Villavicencio. Los dos habían cumplido con la patria: el como comandante, y ella como soldado y ahora se unían en el amor. Rosario perdió al esposo en 1942. Luego perdió tres hijos y también murió su hermana Isabel. “Los días de la guerra cuando ella tenía cabellos dorados y andaba como repicando con su ancha saya de vuelos se habían desvanecido”, dice en su reportaje Herminia del Portal, “pero su nombre y sus obras nos han quedado para la posteridad como ejemplo de patriotismo y entrega”.
Rosario Bolaños Fundora, la valiente y entregada mambisa habanera, merece figurar un día en la galería de heroínas de nuestra nación.


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