La Cuba que llevamos por dentro por Alberto Sanchez de Bustamante


A veces me pregunto si alguna vez dejamos realmente a Cuba atrás. Podemos cruzar océanos, cambiar de idioma, construir nuevas vidas, pero hay algo que siempre nos sigue: una raíz que no se arranca, un ritmo que suena aunque el cuerpo ya no baile igual. Ser cubano en el exilio es vivir con una doble mirada: una que observa el presente con gratitud, y otra que mira hacia el mar buscando lo que fuimos. No es fácil vivir con esa distancia que no se mide en kilómetros, sino en silencios y recuerdos.

Cuba, en su historia, ha sido una paradoja constante. Una tierra de belleza infinita que ha conocido la pobreza y el dolor más profundo. Un pueblo alegre que canta incluso en medio del desastre. Esa mezcla de luz y sombra es, quizás, lo que nos define. En cada cubano hay una nostalgia que se disfraza de humor, una tristeza que se convierte en canción. Hemos aprendido a sobrevivir riendo, y a llorar sin perder la esperanza. Tal vez por eso el mundo nos ve con ternura: porque somos una herida que sonríe.

El tiempo nos ha enseñado que el exilio no es solo geográfico, sino también interior. Muchos hemos tenido que reconstruir nuestra identidad lejos del malecón, aprendiendo a ser cubanos sin patria tangible. Pero en ese proceso también hemos descubierto algo poderoso: que Cuba no es solo una isla, sino una comunidad de almas dispersas que siguen latiendo al mismo ritmo. Cada reunión, cada comida compartida, cada historia contada entre amigos, es una forma de mantener viva esa patria invisible que nos une.

Y aun así, duele. Duele ver cómo los años pasan y la historia parece repetirse. Duele saber que tantos han envejecido esperando un regreso que no llega. Pero entre ese dolor también nace una certeza: Cuba no está perdida mientras la sigamos recordando con amor. Mientras sigamos hablando su nombre sin rencor, sin odio, solo con la esperanza de verla libre y en paz.

Porque al final, Cuba no es solo el lugar donde nacimos, sino la forma en que sentimos el mundo. Es la música que nos atraviesa, la palabra que se nos escapa con acento, la lágrima que aparece cuando escuchamos un bolero. Cuba vive en nosotros, incluso cuando intentamos olvidarla. Y quizás ese sea su destino más hermoso: ser eterna, no en los mapas, sino en el corazón de cada cubano que la sueña.

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