Golpe de 1952 y nuevo orden político — Cuba antes de 1959
Golpe de 1952 y nuevo orden político — Cuba antes de 1959
El 10 de marzo de 1952, con las elecciones a la vuelta de la esquina, Fulgencio Batista encabezó un cuartelazo que tomó los principales cuarteles de La Habana, canceló los comicios y destituyó a las autoridades constitucionales. En cuestión de horas, la república liberal fundada en 1902 quedó suspendida: el Congreso fue disuelto, la Constitución de 1940 quedó en papel mojado y se gobernó por Estatutos Constitucionales. La escena condensó una fractura más honda: la pérdida de confianza en que la competencia electoral pudiera garantizar alternancia sin violencia. A partir de ese día, el orden político cubano se reconfiguró en clave autoritaria y pragmática, con un ejecutivo que concentró poder, buscó estabilidad macroeconómica y abrió la puerta a alianzas poco transparentes.
El golpe no surgió en el vacío. Batista había sido el hombre fuerte desde 1933, presidente electo en 1940 y retirado en 1944; regresó a la arena con su Partido de Acción Unitaria frente a un sistema desgastado por el corrupcionismo de posguerra. La oposición estaba fragmentada: el carismático Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, se había suicidado en 1951, dejando huérfanos a millones de votantes anticorrupción; los auténticos de Carlos Prío Socarrás lidiaban con escándalos y violencia política. Las encuestas y el pulso callejero no favorecían a Batista; la vía de los cuarteles parecía más segura que la de las urnas. El asalto al poder fue, por tanto, a la vez preventivo y oportunista.
Con el Estado en la mano, Batista procedió a reordenar las fuerzas armadas, censurar a la prensa más hostil y cooptar a empresarios y caciques provinciales. El programa oficial combinó obras públicas —carreteras, viviendas, infraestructura turística— con incentivos a la inversión extranjera, en especial estadounidense. Hubo años de crecimiento y crédito abundante, pero también brechas regionales y dependencia del ciclo azucarero. En la mesa tecnocrática, el régimen hablaba de modernización; en el subsuelo de la vida cotidiana, crecían el clientelismo, las mordidas y una corrupción lubricada por la renta turística.
La Havana nocturna fue vitrina y síntoma del nuevo orden. Casinos, clubes y hoteles —del Nacional al Riviera— encarnaron un boom turístico que atrajo capitales internacionales y a figuras del crimen organizado como Meyer Lansky. El Estado toleró —y a veces alentó— el juego, la prostitución y el lavado como fuente de divisas y lubricante de relaciones políticas. La postal de luces y orquestas convivía con barrios marginales, empleos precarios y una policía que miraba hacia otro lado si los ingresos fluían. La capital se convirtió en una “Pleasure Island”: rentable, glamorosa y profundamente desigual.
La oposición, estrangulada en los cauces legales, migró a la conspiración y la resistencia armada. Tras elecciones amañadas en 1954 (con retraimiento opositor) y 1958, el régimen detentó una legalidad sin legitimidad. Se reforzó el aparato represivo —inteligencia militar y, desde 1956, el BRAC contra comunistas y opositores—, con torturas, detenciones y desaparecidos que avivaron el ciclo de violencia. En La Habana, la FEU y el Directorio Revolucionario radicalizaron su agenda: el asalto al Palacio Presidencial (1957) y la caída de José Antonio Echeverría simbolizaron una juventud que ya no creía en la salida institucional. La huelga general de abril de 1958 fracasó, pero mostró la dimensión nacional del desafío.
En el oriente, la chispa se encendió antes. El asalto al Moncada (1953) fracasó, pero su juicio dejó la pieza retórica “La historia me absolverá”, que diagnosticó corrupción, latifundio y dependencia. La amnistía de 1955 permitió que Fidel Castro partiese al exilio y organizara el retorno en el yate Granma (diciembre de 1956): casi aniquilados en el desembarco, los sobrevivientes se reagruparon en la Sierra Maestra. Desde 1957, el Movimiento 26 de Julio articuló frentes guerrilleros y resistencia urbana, abrió Radio Rebelde y organizó redes logísticas que aislaron al ejército en el territorio. La guerra irregular erosionó la moral castrense y exhibió la impopularidad del régimen.
La escena internacional también se movió. La relación con Washington, inicialmente funcional —seguridad, inversiones, lucha anticomunista—, se tensó con los excesos represivos y la falta de horizonte político. En marzo de 1958, Estados Unidos impuso un embargo de armas a Batista, reflejo de un cálculo creciente de que el régimen ya no garantizaba estabilidad. El aislamiento diplomático, más la crisis económica de 1958, aceleró deserciones, fracturó alianzas empresariales y dejó al gobierno sin narrativa creíble. El “orden” prometido en 1952 había derivado en inmovilismo armado.
En siete años, el nuevo orden político nacido del golpe de 1952 produjo modernización selectiva y una paz urbana de neón, al precio de cerrar la competencia y criminalizar la disidencia. Le dio a Cuba carreteras, hoteles y vitrinas… y le arrebató la Constitución de 1940, las urnas confiables y la posibilidad de reformas graduales. Al final, el régimen que quiso ser dique contra el caos terminó alimentándolo: convirtió la impaciencia social en insurgencia, desgastó su apoyo externo y dejó al país al borde de una transformación que ya no sería negociada. Así, el 10 de marzo de 1952 no solo interrumpió una elección; recalibró el destino político de la isla hasta el desenlace de 1959.
Referencias (selección)
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Ada Ferrer, Cuba: An American History (Scribner, 2021).
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Louis A. Pérez Jr., Cuba: Between Reform and Revolution (Oxford University Press, 5ª ed., 2014), caps. 9–11.
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Hugh Thomas, Cuba: The Pursuit of Freedom (Harper & Row, 1971), secciones sobre 1952–1958.
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Lillian Guerra, Visions of Power in Cuba (University of North Carolina Press, 2012), contexto previo y legado institucional de 1940.
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Marifeli Pérez-Stable, The Cuban Revolution (Oxford University Press, 3ª ed., 2011), capítulos sobre la república tardía.
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Rosalie Schwartz, Pleasure Island: Tourism and Temptation in Cuba (University of Nebraska Press, 1997).
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U.S. Department of State, Office of the Historian: cronologías sobre Cuba (1952–1958); Encyclopaedia Britannica: entradas “Fulgencio Batista,” “Eduardo Chibás,” “Carlos Prío Socarrás.”
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