Juan Tomás Roig: El botánico que entendió la sabiduría verde
En un rincón de las afueras de La Habana, en el pueblo de Santiago de Las Vegas, nació en 1877 uno de los científicos más silenciosos pero influyentes de Cuba: Juan Tomás Roig. Su nombre no aparece en los titulares, pero su trabajo toca la vida de cualquiera que haya usado una planta para aliviar un dolor o curar una fiebre.
Roig fue un botánico, investigador y agrónomo, pero también un caminante infatigable. Su laboratorio era el campo, los montes, los jardines. Pasó buena parte de su vida recorriendo la isla, recolectando plantas, tomando notas, clasificando especies. Su enfoque no era solo académico, sino profundamente práctico: quería entender qué propiedades tenían las plantas y cómo podían beneficiar al ser humano.
Su obra más reconocida, Plantas Medicinales, Aromáticas o Venenosas de Cuba, se convirtió en un referente tanto para científicos como para curanderos populares. En ella, Roig combinó conocimientos empíricos de campesinos con análisis botánicos rigurosos, creando un puente entre la ciencia moderna y los saberes tradicionales.
A diferencia de otros científicos de su época, Roig valoró la medicina natural como parte del patrimonio cultural y biológico del país. Investigó plantas como el anamú, el orégano cimarrón, la guanábana, el tilo o el mastranto, documentando sus usos, toxicidad y preparación. Su trabajo ayudó a preservar conocimientos que estaban desapareciendo en medio de la urbanización y la medicina industrializada.
Además de su labor investigativa, Roig fue un educador apasionado. Trabajó en instituciones científicas y agrícolas, donde formó generaciones de agrónomos y naturalistas. Su estilo era directo, claro y profundamente respetuoso con la naturaleza. No idealizaba la planta: la entendía, la analizaba y le daba nombre.
Juan Tomás Roig murió en 1971, pero su legado está más vivo que nunca. En tiempos donde se busca volver a lo natural, donde la herbolaria resurge como alternativa válida, sus textos vuelven a cobrar valor. Sus catálogos siguen guiando a científicos, herbolarios y curiosos por igual.
En cada rincón del país donde alguien hierve una hoja para aliviar un malestar, hay un eco del trabajo de Roig. Su visión fue clara: conservar, comprender y compartir el poder silencioso de las plantas. Un sabio del verde, que entendió que la ciencia también florece.
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